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Llegábamos a Myanmar tras un par de meses en Tailandia de relax absoluto. 10 días en Chiang Mai paseando y visitando mercados, 3 semanas en un Airbnb en Bangkok dedicados a cocinar con aceite de oliva, jugar a la PlayStation 4, ver series en Netflix, tumbarnos en la piscina, montar vídeos y escribir posts. Una semana de isleo por Koh Chang y Koh Mak… Habíamos interrumpido la rutina de «2-3 días por sitio y coger la mochila, reservar un sitio para dormir, buscar un bus/tren y vuelta empezar» para llevar una vida semi-normal de sofá, tele, centros comerciales y todas esas cosas que trae el desarrollo económico.

Como cuenta Tamara y hemos adelantado en alguna ocasión por otros canales, habíamos oído de todo sobre Myanmar. Algunos lo ponían por las nubes, otros a parir. Estábamos desconcertados y nos poníamos en el peor de los casos. Algunas de las cosas que leímos y nos dijeron incluían:

  • Sólo se come arroz y pollo. Y con lo que nos gusta comer bien ya estábamos temblando (aunque la posibilidad de perder unos kilos parecía atractiva).
  • Es la peor relación calidad precio de toda Asia. Agh, podemos soportar que algo sea caro, pero si encima es malo…
  • Te ven como una billetera andante. 
  • Te intentan timar toooodo el rato.
  • Es un sitio espiritual y maravilloso. Esto es lo que más miedo nos daba… Cuando alguien dice eso es que te vas a encontrar alguna guirufada con monjes pidiendo algo.

Así que nos pusimos en el peor escenario posible y dimos por hecho que no nos iba a gustar nada. Recuerdo a Tamara diciendo, justo antes de coger el avión: «ay, yo me doy la vuelta».

Como suele pasar la realidad nos dio un (nuevo) baño de humildad. Myanmar es mi país favorito del viaje y uno de los que más ha gustado a Tamara. Con sus cosas, como todos los sitios, es un lugar al que hay que ir.

Vamos paso por paso, empezando por lo que más nos ha cansado y terminando por lo que nos ha enamorado de Myanmar.

Lo mejor y peor de Myanmar

Lo que más nos ha cansado de Myanmar

El calor

Llevábamos pasando más o menos calor desde Vietnam. En Tailandia estuvimos en medio de una de las olas de calor más fuertes que se recuerdan. Pasear por Bangkok nos parecía un infierno. Pero con aires acondicionados que te transportan al polo norte cada dos por tres la cosa no era tan difícil de llevar: al principio nos quejábamos de los aires acondicionados, al final los buscábamos. Pero en Myanmar llegamos a niveles difíciles de sobrellevar. Especialmente en Yangón, donde los 44 grados no eran raros. Más de un día lo pasábamos sin salir hasta que caía la noche.

En Bagan tampoco era fácil recorrer los templos bajo un sol abrasador, pero como aquí los geeks no saben coger una bici con mínimas garantías de seguridad, fuimos en coche cual jubilados. Le resta mucho a la experiencia, pero es mejor que acabar tirados en alguna planicie a la espera de que nos coman los buitres.

Bagan

Bagan

Si hubiéramos podido bajar un par de grados (o 10) habríamos sido más felices.

Consejo: siempre que la cartera lo permita es recomendable coger alojamiento con aire acondicionado. Y ya si estamos para tirar la casa por la ventana, con piscina. En Bagan pagamos 30€ la noche en el Royal Bagan y no nos arrepentimos de la subida de presupuesto.

Las infernales carreteras

Nos habíamos malacostumbrado a las infraestructuras de Tailandia y notamos mucho el cambio.

Las carreteras en Myanmar son por lo general:

  • Caminos
  • Caminos asfaltados a medias
  • Carreteras asfaltadas con muchos, muchos baches.

Con la excepción de la infame Naypyidaw (la capital «fantasma»), con sus carreteras de 20 carriles por las que no transitan ni dos coches, las principales ciudades sufren de atascos, inundaciones y caos. No es que sea algo desconocido para nosotros, pero sí que es cierto que los trayectos largos se hacían duros con tantos bamboleos.

Como curiosidad (aquí hago una aclaración, no sé conducir, así que esto me lo tuvo que explicar Tamara): la mayor parte de los coches están fabricados para circular por la izquierda (como en Inglaterra) PERO los genios del gobierno decidieron que había que circular por la derecha. Y claro, el parque automovilístico no se podía cambiar de un día para otro, así que algunos (pocos) coches están fabricados al estilo «europeo» (con el conductor en la izquierda) mientras que la mayoría tiene el asiento del conductor en la derecha.

En versión fácil: la mayor parte de los coches están hechos al revés de como deberían, por lo que tienen que «sacar el morro» para adelantar, dando lugar a muchas situaciones «WTF!?!» en las maravillosas carreteras.

Las minas y guerrillas

Aunque sea por lo general un país seguro no hay que olvidar que Myanmar tiene sus cosillas. Hay partes a las que no se puede ir. Como buenos europeos confiados pensamos que eran tontunas y exageraciones. En medio de nuestro trekking a Hsipaw vivimos de cerca una escena de esas «complicadas» que te hacen darte cuenta de que no se puede ser tan tan flipado. Acabábamos de terminar nuestro primer día de trekking (todavía no estábamos reventados) cuando nuestro guía nos advertía de que «no nos fuéramos a andar por el campo porque podía haber minas». Nos pareció una medida de cautela sin más.

En la comida coincidimos con una pareja alemana, su guía intercambió algunas palabras con el nuestro y se fueron. Cuando ya estábamos solos nuestro guía nos comentó que le había advertido de que no fuera por ese camino porque era «complicado y no del todo seguro». No le dimos mayor importancia.

Al día siguiente, en medio de una cuesta infernal, le llamaban por teléfono para decirle que les había estallado una mina por el camino. Atamos cabos: el ruido que parecía un helicóptero debía ser eso, un helicóptero que iba en su busca. No había más información y no sabíamos si estaban vivos, muertos o heridos.

Por suerte, todo salió bien. Ni el guía ni ellos sufrieron complicaciones mayores más allá del susto.

Todo esto nos trajo a la memoria los comentarios confiados de viajeros que recomendaban hacer los trekking sin guía e ir por cualquier parte… Amigos, las desgracias ocurren a veces. La probabilidad es baja, pero… Tampoco hay que ir aquí de Frank de la Jungla.

No era raro encontrarse guerrilleros de unos 20 años con sus AK-47 tomando té en los poblados por los que pasábamos. Parecían bastante majos, todo hay que decirlo. Y por lo que nos contó nuestro guía (ligeramente involucrado con esos grupos) se dedican a luchar para exterminar las plantaciones de «amapolas» (droja, que hay que explicarlo todo) que el gobierno protege por aquello de que son muy lucrativas.

Lo que nos ha gustado pero nos ha terminado cansando

La percepción de mucha gente sobre el país

No es un problema de Myanmar, es un problema de algunas personas. Lo del «arroz y el pollo» es un clásico en muchos blogs y una gran mentira como veremos en breve.

También conocimos a un español indignado porque le habían «timado«, pagando 1,5€ por un plato de arroz con pollo, porque, decía «ellos pagan menos». Como solemos decir, no es cuestión de ir con la billetera abierta tirando los euros, pero llama la atención como muchos se indignen por los sueldos de Inditex mientras ratean 1 euro por un plato (irónicamente, de arroz con pollo).

Lo «poco explotado» que está todo

Mola eso de llegar a sitios y ser una especie de atracción. A mí me paraban los monjes para hacerse fotos conmigo. A Tamara la sacaban del agua para hacerse fotos con ella. Un americano muy majete que conocimos en una cascada lo resumió muy bien en una frase: «Basically in Myanmar I feel like a celebrity». A mí hasta me dijeron que parecía un actor de película (¿Woody Allen? ¿Seth Rogen?). Y un día abrí la puerta de la habitación en calzoncillos y debo decir que me sentí halagado por la mirada de la chica que iba a limpiar (y no, no llevaba un par de calcetines para abultar más).

Bueyes en Myanmar

Bueyes en Myanmar

Aunque en Bagan e Inle Lake la cosa cambia (ahí sí hay «mucho» turismo), en otras partes es raro ver turistas. No te libras de las clásicas «trampas de turistas«, como cuando nos llevaron a ver cómo comían los monjes en Mandalay y había miles de chinos fotografiando a niños recogiendo comida, en plan zoo, pero es fácil llegar a sitios poco «explotados».

Esto siempre me despierta sentimientos encontrados. Esa sensación de «superioridad occidental» que pretende que lo que mola es la pobreza y falta de desarrollo. Como ya lo contamos en «Desmontando los mitos mochileros» no me entretendré más en este punto.

La devoción religiosa

No soy una persona religiosa y quizá por eso me cueste entender las manifestaciones de devoción de todo tipo. Me identifico bastante con lo que cuenta Tim Urban en Wait But Why. Reconozco que me resultaba atractivo ver lo en serio que se tomaban los templos y oraciones. Que hubiera muchas partes de los templos a los que las mujeres no pudieran pasar no me hacía tanta gracia, pero nos lo tomamos con ligereza.

Pagoda en Myanmar

Pagoda en Myanmar

Eso de los monjes saliendo a pedir comida con sus Samsung Galaxy dorados me chocaba un poco, pero tampoco es plan de juzgar. Eso sí, no dejaba de sorprenderme la naturalidad con la que muchos lo aceptan y me hacía gracia imaginar cómo me sentiría si unos cuantos monaguillos salieran a pedir comida todas las mañanas por el pueblo de mi madre.

Lo que más nos ha gustado de Myanmar

Aquí llegamos a la parte en la que más tienden a repetirse los apartados. Casi siempre hay que hablar de «la gente», que al fin y al cabo es una de las cosas que más define a un país, «la comida» que tanto nos gusta engullir, y, en esta ocasión, los templos.

La comida

Aunque la mayor parte de las veces no sabíamos lo que comíamos, nos gustaba mucho. Sobre todo en nuestro (sufrido) trekking por Hsipaw, donde comimos en casas del pueblo: las abuelas de Myanmar cocinan muy bien. La base es el arroz (como en casi toda Asia) pero preparaban unas «movidas» de lo más curiosas. Desde la ensalada de hojas de té (la pedimos varias veces en ciudad, pero nunca se acercó lo más mínimo a la de los pueblos), la calabaza con curry, patatas «con algo», mezclas de frutos secos…

El plato más conocido es la mohinga, una sopa de fideos y pescado. Muy buena, pero no tanto como otras cosas cuyo nombre desconocemos.

Desde que llegamos a Mandalay (donde nos esperábamos lo peor) hasta que salimos por Yangón no dejamos de comer bien. Bueno, menos un día (curiosamente en uno de los restaurantes más caros a los que fuimos).

Comida en Mandalay

Comida en Mandalay

La comida occidental que de vez en cuando te pide el cuerpo era más difícil de encontrar, pero conseguimos dar con una muy buena pizza en Hsipaw (carbo para el trekking) y hasta una fondue en Yangon.

La gente

Aprender unas cuantas palabras de «myanmareño» es útil, como en cualquier parte a la que vas. Pero aquí las reacciones eran especialmente graciosas. Si compras algunos de sus cigarros «naturales» más de un día en el mismo sitio te hacen comentarios entrañables como «todos los días vienes a la misma hora a por un cigarro, ¿por qué no compras más?».

Los típicos tópicos de niños y sus sonrisas, dulces y amables ancianas o alocados conductores se cumplen, pero no parecen forzados. La gente es por lo general muy maja y agradable.

Todo el mundo va con su móvil a todas partes, algo que no deja de ser curioso: hace 5 años sólo el 1% de la población tenía acceso a Internet y una SIM costaba 2.500$. Es interesante leer (y ver) sobre cómo la digitalización se ha extendido a toda velocidad. Pero eso será tema de otro post.

Siempre hay algún jetilla que te intenta cobrar mucho por ir a un sitio que está al lado, pero basta con enseñarle el GPS y decirle: «si estamos a 5 minutos» para que se ría y te lleve por menos.

Los templos

Si algo tienen muchos templos de Myanmar es que lejos de ser ruinas o construcciones antiguas tienen muchas veces menos de 50 años. Es gracioso que el conductor te diga: «este templo es muy, muy antiguo, tiene 80 años», sobre todo viniendo de un país en que cualquier iglesia de pueblo tiene más años. Pero ver los budas pintaditos y «en activo» (yo tenía miedo de que se levantara alguno) tiene su gracia.

Para concluir: hay que visitar a Myanmar. Quizá no es el mejor país para empezar si nunca has visitado nada «asiático», pero merece mucho la pena.

Ya sea por su naturaleza, su comida, su gente, su aire misterioso o la interesante personalidad de la gente, los monjes que se hacen selfies o las faldas tan bonicas que llevan ellos y ellas, hay que ir.

Si quieres ver nuestras mejores fotos sobre Myanmar entra aquí (las fotos son malas, pero están hechas con cariño)

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